Spinoza y la peste

“Spinoza era todavía a mediados del año 1655 un miembro de la congregación judía al menos nominalmente activo –aunque no necesariamente entusiasta-, que conservaba las apariencias y el deseo de cumplir el requisito de satisfacer las obligaciones básicas.” La epidemia de peste ocurrida durante los años 1655 y 1656 en Europa, tras un respiro de casi veinte años desde el último brote, alcanzó en Amsterdam «la cifra de diecisiete mil muertos, mientras que en Leiden se acercaron a los doce mil. En esta época, la población sefaradí de la ciudad se aproximaba a los doce mil individuos: algo más del uno por ciento de la población total de Amsterdam. No hay registros del número de judíos desaparecidos por causa de la epidemia, pero es razonable suponer que el contagio entre ellos debió alcanzar una cifra proporcional al total, sobre todo entre aquellos que seguían viviendo en el centro más pobre de Vlooienburg.”

Hacia «el verano de 1663, la epidemia de peste se extendió nuevamente por el norte de Europa. Aunque tardó algún tiempo en alcanzar su máxima incidencia, esta vez atacó con particular rigor y duró más de seis años. Oldenburg le escribió a Spinoza en 1665 que la enfermedad era tan violenta en Londres que habían tenido que ser suspendidas las reuniones de la «Royal Society» y que los científicos buscaban refugio en el campo. «Nuestra sociedad filosófica no celebra reuniones públicas en estos peligrosos tiempos». Algunos se han retirado a Oxford con el rey, otros se han desperdigado por la campiña inglesa. Algunos de los miembros no «han olvidado su condición de tales» y continúan trabajando sobre experimentos privados […] El intrépido Oldenburg permaneció en Londres, cumpliendo sus deberes como secretario de la sociedad. Incluso durante crisis como ésta no perdió nunca una oportunidad de urgir a Spinoza a que publicase sus ideas: «No puedo cerrar esta carta sin insistirle una y otra vez en que publique aquellas cosas que usted ha meditado, y no dejaré de instarle hasta que satisfaga mi petición, o al menos hasta que me permita leer alguno de sus escritos» -le escribía el 31 de julio de 1663, justamente antes de declararse la epidemia-.”

“En Amsterdam, donde se dice que tuvo comienzo la epidemia, hubo al menos diez mil muertos en 1663, y al año siguiente esta cifra se elevó a más de veinticinco mil. El diplomático ingles Sir George Downing informaba en julio de 1664 que «en la última semana habían muerto en Amsterdam 739 personas, y la epidemia se había extendido por todo el territorio, invadiendo pueblos y pequeñas aldeas, y penetrando incluso en Amberes y Bruselas».

En julio de 1664 Pieter Balling, que perteneció «al «círculo» amstelodano de Spinoza, autor de La luz sobre el candelabro (1662), traductor al holandés de los Principios de la filosofía de Descartes y los Pensamientos metafísicos (1664) así como también -según demuestra Akkerman- de las dos primeras partes de la Ética» le escribe una carta anunciandole la muerte de su hijo, siendo un niño de corta edad. Spinoza, que tenía una relación muy cordial con Balling, se sintió muy afectado por la dolorosa pérdida sufrida por el amigo que justamente acababa de traducir al holandés su obra sobre Descartes.

“Su última carta […] me causó gran tristeza e inquietud, aunque ésta ha disminuido mucho al constatar con qué prudencia y fortaleza de ánimo ha sabido usted despreciar los golpes de la fortuna, o mejor dicho, de la opinión, en el momento en que dirigen contra usted los más duros ataques. No obstante, mi inquietud se acrecienta de día en día, y por eso le ruego y suplico, por nuestra amistad, que no tenga reparo en escribirme largamente”

“Balling creía que había tenido algunos «presagios» sobre la muerte que acechaba a su hijo, y le escribió a Spinoza pidiéndole si interpretación de este fenómeno. Nuestro filósofo además de ofrecerle algunas observaciones reconfortantes sobre los lazos que ligan el alma de un padre con la de su hijo, añadía a esta respuesta el relato de un sueño que él mismo había tenido hacía poco más de un año.”

“Balling dice haber escuchado a su hijo –que acababa de morir el mes anterior debido precisamente a la peste- gemir cuando aún estaba sano del mismo modo en que lo hacía cuando ya estaba enfermo. Spinoza responde que se trata de un producto de la imaginación, y para ejemplificar ese vínculo entre «presagio» e «imaginación» evoca un sueño que había tenido «el invierno pasado en Rijnsburg». La imagen de «cierto brasileño, negro y sarnoso, al que nunca había visto antes» persistía durante la mañana, y solo desaparecía cuando «fijaba la mirada en un libro o en otro objeto». Al apartar la mirada de él, el sueño aparecía con la misma vivacidad. De manera que «lo mismo que me ocurrió a mí en el sentido interno de la vista, le sucedió a usted en el oído». Y finalmente Spinoza concluye: «los efectos de la imaginación que proceden de causas corpóreas no pueden ser jamás presagios de cosas futuras, puesto que sus causas no implican ninguna cosa futura. En cambio, los efectos de la imaginación o imágenes que tienen su origen en la constitución del alma, pueden ser presagios de una cosa futura, porque la mente puede presentir algo que es futuro».

“Esta fue la última carta encontrada de la correspondencia entre Spinoza y Balling, quien murió probablemente de peste dentro de aquel mismo año. El dolor de Spinoza tuvo que ser grande sin duda, aunque sus expresiones de él fueron probablemente consignadas a las llamas por sus editores póstumos, al igual que una buena parte de otra correspondencia personal.”

“Durante los años de la epidemia, muchos de los que residían en las ciudades holandesas huyeron al campo. Voorburg se encontraba lo bastante cerca de La Haya y era lo suficientemente grande como para estar a salvo del peligro de contagio. Así pues, aprovechándose de sus conexiones con la familia De Vries, aceptó la invitación de Simón y, en el invierno de 1664, abandonó la ciudad durante varios meses. Permaneció en una casa de campo en las inmediaciones de Schiedam, una villa de tamaño medio cercana a Rotterdam.”

Cuando se declaró la epidemia, los miembros del clan De Viers “se retiraron a la granja para minimizar los riesgos de contagio. Spinoza se les unió en diciembre y permaneció con ellos hasta septiembre de 1665. Aquella era una hermosa vivienda, con una buena huerta y abundantes árboles frutales a lo largo del río. Pero la visita no debió ser alegre en modo alguno.” Uno de los cuñados de Simón De Vries falleció en 1664, probablemente de peste. La misma suerte corrieron luego, su madre, su hermano y la esposa de éste. “Para Simón, a pesar de todo, debió ser gratificante poder pasar con Spinoza tan largo período de tiempo, incluso aunque las circunstancias de la reunión no fueran precisamente agradables.”

Fuente: 

Nadler; S. (2004). Spinoza. Acento. Madrid
Tatián; D. (2019). Spinoza disidente. Tinta limón. Buenos Aires

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